26.11.11
sueño eterno
En su sueño él le visitaba, le abría los ojos, provocaba el nacimiento de una nueva y bella sonrisa en su rostro. Sus ojos quedaban iluminados y sus labios desprendían vida. Sus brazos parecían flotar en aquella ciudad marcada por tanta humedad y sus pies dejaron de notar la dureza del suelo agrietado que componía la acera en la que ambos se encontraban amándose. Él estaba como siempre, con su pelo castaño y sus ojos castaños también. Con sus labios finos y su vitalidad primando por encima de todo. Él aparecía vivaz, más vivaz que nunca; ella sabía que eso sólo podía estar formando parte de un sueño. Ella sonreía, y contenía sus nervios y su felicidad. Era una extraña pero lógica reunión de sentimientos guardados pero a punto de salir por los poros de su piel. Esos sentimientos, mezclados, tenían también una especie de conformación: su felicidad lo ocupaba todo. Absolutamente todo. Sus nervios quedaron un poco más aplacados, detrás de esa felicidad, impulsándole a acariciarle con las dos manos su rostro dorado. Él siempre había sido así, vivaz. Esa era la única palabra que ella utilizaba para definirle. Ella amaba la capacidad que él tenía para vivir la vida, para aprovechar cada segundo, para dominar al tiempo... Ella moldeaba en pensamientos su cuerpo, sus piernas, su torso y su cara. Sus cabellos rebeldes, sus ojos rasgados y sus pequeñas orejas. Se acordaba perfectamente, aún cuando estaba 9 largos meses sin verle, en cada facción suya, y cada parte de su cuerpo. En este sueño ella debía marcharse, él se adelantaba a frenar sus pasos y sellarle los labios con su dedo índice y al mismo tiempo, hablarle, y anticiparle a decirle que había una cosa que debía escuchar. Ambos se quedaron en silencio. Él esbozó una preciosa sonrisa. Una melodía comenzó a sonar, comenzó a oirse en toda la ciudad. El sonido parecía llegar de lejos, pero se escuchaba a la perfección. Él había conseguido que en la ciudad colocaran altavoces enormes, y había conseguido que sonara la melodía que quería hacerle escuchar. No era concretamente la canción que años atrás habían bailado, pero era una melodía que en cuestión de segundos les había transportado al máximo punto del amor. Su beso pareció eterno. Y su felicidad también.
20.11.11
surrealista
Cansada del surrealismo. De lo increíble. Y hasta cansada de lo creíble, que escuece. Cansada de las mentiras, y de las verdades. Cansada del miedo que se esconde detrás de mis pestañas y nadie ve. Cansada de las lágrimas que se meten para adentro y nadie alcanza a contemplar en mí. Cansada de las cosas que pasan "porque tienen que pasar". Cansada de muchas de las cosas que se quedan pegadas a ti. Cansada de sentirme bronce, de sentirme piedra; cansada de sentirme así, como si no fuera capaz de poder llegar a ser oro, o diamante. Cansada de ver cómo alguien es calcita, y tú yeso. Cansada de que un simple roce te produzca un gran moratón. Y que ese moratón sea el principio y el final de todo. Ambas cosas a la vez. Y que esa persona no lo comprenda. Y que el moratón produzca un gran contraste en mi piel. Y mi piel no ha dejado de ser blanca. Es casi de un blanco puro. Suerte que poseo lunares de muchos tamaños y colores, y ellos son quienes aportan vida a mi piel. Cansada de verme obligada a convertirme en una mujer incrédula.
-marisa-1999-
18.11.11
blue jeans
Despiértame con tus ojos. Llámame con tu mente. Bésame con tus manos. Ámame con tus ganas. Lléname con tu ahora. Embriágame con tus sueños. Échame con sutileza. Pídeme que vuelva con sigilo. Suéñame cada noche y quiéreme sin decirlo. Actúa como si no lo supieras. Guárdate las palabras. Hoy quiero silencio. Tu silencio. Y tus ganas.
-marisa-1999-
13.11.11
What could have happened.
Ya habían llegado. Ella bajó de la moto y se quitó el casco, coqueta y espectante.
Él le siguió y quedaron así, uno frente a otro... Ella intentaba parecer tranquila, así que en ningún momento trató de desviar la mirada de sus ojos.
Todo aquello se podía calificar de incierto, enigmático, o incluso teatral, pero en ningún momento incómodo.
No obstante, ella no podía parar de acariciar su fular. Los dos se miraban. Los dos en silencio. Él se percató.
Él estiró de un extremo del fular, que se deslizó hasta abandonar por completo el cuello.
- ¡Eh!, ¿Qué haces?
Calló.Estiró el fular, lo puso alrededor de los ojos, dejándola sin visión. Lo ató con delicadeza.
Aunque ella no pudiera verlo, él le dedicó su mejor sonrisa.
Ella dijo:
-Sé lo que vas a hacer. Ahora que hemos llegado vas a dejarme aquí y te vas a ir sin avisarme.
Él soltó una carcajada.
-No seas tonta.
Silencio. Ella buscaba con las manos sus dedos, para no dejarle marchar. Él se moría de ganas de todo.
-Simplemente es que si continúas mirándome con esos ojos no me va a quedar más remedio que darte un beso.
Ella se puso roja, magenta, tomate, sus mofletes se convirtieron en los centros de dos banderas de Japón. Pero era pícara, y no iba a derretirse al instante.
-¿Y cómo funciona tu plan?
-No muy bien.
-Déjame ayudarte.
Soltó las manos, las levantó y buscó el nudo tras su cabeza. A tientas, dio un suave estirón al nudo que él había preparado y continuó mirando.
Él recorría su larga melena rubia, su cuello, el lóbulo de su oreja. Estaban cerca, muy cerca.
Aquel momento era penetrante, parecía que estaban los dados echados, y sin embargo ella desvió la mirada hacia abajo.
Él perplejo, se quedó de piedra mientras comprobaba cómo ella agarraba sus manos e inmovilizaba las muñecas de él mediante un precioso lazo...
-Simplemente es que si continúas acariciándome con esas manos no me va a quedar más remedio que permitir que me des un beso.
-¿Y cómo funciona tu plan?
-Realmente mal.
-Déjame que te ayude- y el lazo se deshizo.
Él le siguió y quedaron así, uno frente a otro... Ella intentaba parecer tranquila, así que en ningún momento trató de desviar la mirada de sus ojos.
Todo aquello se podía calificar de incierto, enigmático, o incluso teatral, pero en ningún momento incómodo.
No obstante, ella no podía parar de acariciar su fular. Los dos se miraban. Los dos en silencio. Él se percató.
Él estiró de un extremo del fular, que se deslizó hasta abandonar por completo el cuello.
- ¡Eh!, ¿Qué haces?
Calló.Estiró el fular, lo puso alrededor de los ojos, dejándola sin visión. Lo ató con delicadeza.
Aunque ella no pudiera verlo, él le dedicó su mejor sonrisa.
Ella dijo:
-Sé lo que vas a hacer. Ahora que hemos llegado vas a dejarme aquí y te vas a ir sin avisarme.
Él soltó una carcajada.
-No seas tonta.
Silencio. Ella buscaba con las manos sus dedos, para no dejarle marchar. Él se moría de ganas de todo.
-Simplemente es que si continúas mirándome con esos ojos no me va a quedar más remedio que darte un beso.
Ella se puso roja, magenta, tomate, sus mofletes se convirtieron en los centros de dos banderas de Japón. Pero era pícara, y no iba a derretirse al instante.
-¿Y cómo funciona tu plan?
-No muy bien.
-Déjame ayudarte.
Soltó las manos, las levantó y buscó el nudo tras su cabeza. A tientas, dio un suave estirón al nudo que él había preparado y continuó mirando.
Él recorría su larga melena rubia, su cuello, el lóbulo de su oreja. Estaban cerca, muy cerca.
Aquel momento era penetrante, parecía que estaban los dados echados, y sin embargo ella desvió la mirada hacia abajo.
Él perplejo, se quedó de piedra mientras comprobaba cómo ella agarraba sus manos e inmovilizaba las muñecas de él mediante un precioso lazo...
-Simplemente es que si continúas acariciándome con esas manos no me va a quedar más remedio que permitir que me des un beso.
-¿Y cómo funciona tu plan?
-Realmente mal.
-Déjame que te ayude- y el lazo se deshizo.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)

















