29.2.12

Hablar a una planta.

El otro día acompañé a mi abuela a visitar a mi abuelo. Él vive en una residencia desde que su Alzheimer se convirtió en un impedimento para poder llevar una vida relativamente normal.
De camino a la residencia de mi abuelo, mi abuela estuvo criticando (le encanta criticar) a una conocida suya, María Jesús, de la que se reían sus hijas porque cada mañana, al regar sus flores, les contaba qué tal le iba, y lo guapas que estaban, y que qué verdes, y qué altas, y qué coloridas, y qué bonitas.
-Vaya señora más tonta- decía mi abuela. -¿Qué espera? ¿Que le contesten?- seguía mi abuela.

 Cuando llegamos allí, nos trajeron a mi abuelo en silla de ruedas- ya no sabe andar- sin ese sombrero que jamás se quitaba- ya no recuerda cuáles eran sus hábitos- sin decir ni mú- pues ya no sabe articular  palabra alguna- con la mirada perdida, pues estoy convencida de que ni siquiera nos recuerda a nosotros.
      No obstante, mi abuela lloraba de la emoción, loca de amor, y le contaba qué tal le iba, y lo guapo que estaba, y que qué rojita tenía la nariz del frío, y qué ropa tan elegante, y qué galán.

 Entonces comprendí que, en el fondo, mi abuela sabía exactamente por qué María Jesús hablaba a sus plantas al regar.





Carmen.

21.2.12

wishes

-¿Cuándo lo sabes?
-Ehm... Pues... Lo sabes cuando se te eriza la piel cuando te toca. Supongo.
Lo sabes un poquito más cuando escuchas la radio, y cierras los ojos, y sonríes, y mueves la cabeza como si esa persona tuviera que ver con tu libertad en ese preciso instante. Creo que lo sabes cuando tus manos se vuelven locas con un lápiz y un papel. Cuando tu mente empieza a vagar. Cuando tu mente regresa en sí y encuentras un retrato suyo en esa hoja, sin haberlo planeado. Quizás cuando empiezas a preguntarte qué dirá en su próxima llamada, qué escribirá en su próximo mensaje. 
Lo sabes cuando intentas aferrarte a sus brazos sin llegar a caer en sus pies. Cuando el cálculo puntilloso al que ya te habías acostumbrado ante cada situación, cada palabra, cada mirada, empieza a flaquear.
Lo sospechas cuando encuentras el modo de incluir su nombre en cada conversación. Cuando, inconscientemente, dejas de reprimir lo que te mueve por dentro, por si la máscara de insensibilidad te aleja de la felicidad plena.
-Oye, me parece muy poético, pero ¿podrías generalizar?
-Muy fácil. Lo sabes... cuando te pasa.



Carmen