El otro día acompañé a mi abuela a visitar a mi abuelo. Él vive en una residencia desde que su Alzheimer se convirtió en un impedimento para poder llevar una vida relativamente normal.
De camino a la residencia de mi abuelo, mi abuela estuvo criticando (le encanta criticar) a una conocida suya, María Jesús, de la que se reían sus hijas porque cada mañana, al regar sus flores, les contaba qué tal le iba, y lo guapas que estaban, y que qué verdes, y qué altas, y qué coloridas, y qué bonitas.
-Vaya señora más tonta- decía mi abuela. -¿Qué espera? ¿Que le contesten?- seguía mi abuela.
Cuando llegamos allí, nos trajeron a mi abuelo en silla de ruedas- ya no sabe andar- sin ese sombrero que jamás se quitaba- ya no recuerda cuáles eran sus hábitos- sin decir ni mú- pues ya no sabe articular palabra alguna- con la mirada perdida, pues estoy convencida de que ni siquiera nos recuerda a nosotros.
No obstante, mi abuela lloraba de la emoción, loca de amor, y le contaba qué tal le iba, y lo guapo que estaba, y que qué rojita tenía la nariz del frío, y qué ropa tan elegante, y qué galán.
Entonces comprendí que, en el fondo, mi abuela sabía exactamente por qué María Jesús hablaba a sus plantas al regar.
Carmen.
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